Uno de los personajes más nombrados en la historia reciente es el “Tararí”, cuyo nombre hoy sabemos que era Eugenio Díaz Torreblanca, fue médico formado en Alemania, o eso decían, y llegó de ese país a mediados de siglo. Ejerció su profesión en la localidad, pero lo hizo con tantas rarezas que todos quedaron asombrados y se creó así la que sin duda es una de las leyendas urbanas más alucinantes de nuestra provincia. Dada su considerable estatura, pelo rubio, aspecto nórdico, el deje en el habla y algunas fotografías o referencias a su estancia, años atrás en Alemania, todos concluyeron que el médico recién llegado era alemán, y por más señas nazi, huido de su patria por miedo a las represalias de los judíos.

Aún se acentuó la maravilla al ver cómo vivía el mencionado galeno: en una casa-choza que él mismo se fabricó, en lo más alto del pueblo y aprovechando una gran rendija de la roca, de tal modo que la mayor parte de su vivienda era realmente una cueva. Se le avisaba cuando alguien se ponía enfermo tirando de una cuerda que había en la plaza, y que por medio de varias poleas hacía sonar una campanilla en la cueva del médico. Muchas otras «cosas raras» se contaban de él, como que vivía acompañado de animales, que leía libros raros (lo de leer libros, siempre ha sido cosa de raros) y que siempre contestaba lo mismo «Tararí, tararí» cuando alguien le preguntaba algo obre su vida privada. Eso fue lo que acabó dotándolo de su mote.

Se trasladó luego a Argecilla, donde también ejerció de médico y se quedó a vivir, hasta su fallecimiento en 1979, en el primitivo hospital de la Seguridad Social de Guadalajara